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EL SÓTANO (Parte IX)

Foto del escritor: Gorka ArtazaGorka Artaza

Hablaba el otro día con una de mis fieles lectoras (y 'paciente' 0 de este y otros proyectos) sobre la posibilidad de que padezca cierto vértigo a terminar las cosas, y de ahí que vaya abriendo melones antes de haber acabado de disfrutar de la sandía que me estaba comiendo. No sé por qué me ha sonado un poco sexual esto. En fin. Porque sí, amigas y amigos, yo no quería, pero entre el episodio VIII y el IX, le he sido infiel a El Sótano.


No sé si fue por culpa de este vértigo o porque en el episodio VIII se me fue la mano con la crudeza, pero cuando me sentaba frente al ordenador a escribir, me apetecía escribir algo en un tono más ligero que el tono al que, sin haberlo planeado me ha llevado este relato del sótano. Algo comenté ya sobre esto en el episodio anterior, si mal no recuerdo (lo podría comprobar, pero, ¿y la emoción de no saber si lo dije o no?). El caso es que me puse a escribir y he comenzado algo que si bien podría haberse convertido en la siguiente estación del tren al que nos subimos con este proyecto de relatos a vuela pluma, está cogiendo por si solo tal entidad que no sé en qué puede acabar convirtiéndose. En todo caso, informaré sobre ello en su debido momento.


No obstante, no podía, ni quería, dejar pasar mucho tiempo para enfrentarme al desenlace de este relato que tanto me habéis ayudado a sacar adelante. Y hoy comienza ese final. Como sabéis, 'El Sótano' acabará en el episodio 10, 'no matter what', así que aquí tratamos de cerrar algunos cabos sueltos a falta únicamente (o no), de echar el ancla que nos dejará definitivamente amarrados a puerto. A buen puerto, espero.


Que esto es algo de lo que quería hablaros también. Ya que, paso a paso, gracias a este blog os he ido contando mis sensaciones mientras lo escribía, también ahora siento que debo sincerarme con vosotros/as en este aspecto. También soy consciente de que, a estas alturas, estaréis pensando "¿pero cuándo se calla este pesao y empezamos a leer el capítulo?". Pronto, lo prometo. En definitiva, lo que quería decir es que es cierto que ahora mismo, con este penúltimo episodio entre mis manos, sí que me veo en lo alto del acantilado con las puntas de los pies asomando y tirando algunas piedrecillas al abismo que espera debajo. Tal y como le decía a esa 'paciente 0', tengo miedo de hacer un 'juego de tronos' y que el final de la historia, sea cual sea el desenlace de la misma, no esté a la altura, no ya del nivel (el que sea) de lo escrito hasta ahora, sino de vuestras expectativas.


Y me temo que, en este caso, voy a hacer lo que a partir de ahora llamaremos una 'gorkada' y es posible que se me vaya la olla con el último episodio. Pero, eso, amigos y amigas, es harina de otro costal. O, más bien, es otra historia que será contada en el próximo y definitivo capítulo. Que espero que sea MUY PRONTO. Gracias por aguantarme, nos vemos al otro lado del acantilado.


EL SÓTANO (Parte IX)




- Qu…qu…¿qué está ocurriendo aquí?


Leslie tuvo que pellizcarse un brazo para comprobar que en realidad no estaba soñando, porque no podía creer lo que sus ojos estaban trasladando a su cerebro. Ante sí, se abría una gran sala con columnas en todas las paredes, de un color anaranjado debido a las antorchas que la iluminaban. Como si fuera un templo. En el centro, un grupo de unas 20 personas, ataviadas con túnicas rematadas con grandes capuchas, murmuraban un canto alrededor de lo que parecía un pequeño altar. Lo que vio en el centro del altar la sobrecogió al instante. Una joven, con un vestido blanco, se agitaba subida a un bloque de piedra y atada a una estaca. Leslie reconoció enseguida a Terry Henderson y ahogó un grito en su garganta.


Pero de piedra se quedó cuando vio quiénes estaban orquestando aquella extraña ceremonia. En el altar, rodeando el bloque en el que estaba la muchacha, sus padres y hermanos cantaban y se movían también al ritmo de los coros, con la cabeza destapada. Los ropajes de su familia eran algo diferentes al resto, lo que le dio la pista a Leslie de que estaban al mando de aquello. No podía creer que eso estuviera pasando, que hubiera estado pasando, sin que ella tuviera conocimiento de nada. Toda la ciudad buscando a aquella pobre joven desaparecida y la tenía su familia en el sótano de su casa.


Al parecer, nadie se había dado cuenta de su repentina irrupción en aquel ritual, pero Leslie seguía inmovilizada. Hasta que por detrás volvió a sentir aquella corriente de aire frío que le erizó los cabellos de la nuca y junto a su oído izquierdo aquella voz volvió a hacerse presente con firmeza: “Corre”. Se dio la vuelta al momento y a pocos metros de ella volvió a ver a aquella joven del vestido blando que había visto al empezar a bajar tras la portezuela escondida del sótano. Estaba quieta pero su mirada transmitía angustia y desesperación. Poco le costó a Leslie atar cabos y darse cuenta de que el vestido que llevaba aquella muchacha fantasma era idéntico al que acababa de ver puesto sobre Terry Henderson. Claro que el que llevaba la aparición no era ya blanco. Leslie se percató de que lo que difería respecto al vestido de Terry era que este estaba cubierto de grandes manchurrones grises, que supuso que en su momento eran restos de sangre. La muchacha sorprendió a Leslie cuando empezó a levantar el brazo y señaló el pasillo hacia la salida.


Durante unos instantes, el miedo que sentía Leslie ante todo aquello que estaba viviendo la sobrepasó. Sus padres y hermanos realizando un extraño rito satánico (había estado estudiando mucho sobre ello últimamente como para reconocerlo) con una joven secuestrada, un templo secreto en el sótano de su casa y la aparición fantasmagórica de una joven que supuso que había pasado por aquel rito antes de morir asesinada. En su mente el miedo luchaba por ganar una batalla frente a la razón, pero no pudo. Leslie se sobrepuso y lo primero que hizo fue acercarse de nuevo a la puerta y entrecerrarla lentamente para que nadie supiera que estaba allí. Cuando se giró de nuevo para enfilar el camino de vuelta, la muchacha del vestido estaba quieta mucho más adelante en aquel pasillo, como esperándola.


La siguió por el corredor mientras su cabeza no paraba de dar vueltas. “Tengo que salvar a esa chica”, se repetía una y otra vez, repasando posibles planes para poder hacerlo antes de que aquellos locos que estaban en el templo le hicieran lo mismo que a aquella joven a la que ahora ya no veía. Llegó hasta la portezuela y la cruzó. Al pasar a la parte ‘oficial’ del sótano vio en el fondo de la estancia, en la esquina en la que se encontraba el enorme congelador y los aperos de labranza y otras herramientas, a la joven. Señalaba inmóvil aquel viejo congelador. El fuerte y desagradable olor que había notado en su anterior visita al sótano se le fue metiendo por la nariz. Parecía cada vez más fuerte y sintió nauseas. No obstante, algo le decía que tenía que seguir las indicaciones de aquella chica. Su mirada asustada seguía dirigida hacia el final del recorrido que marcaba con su dedo: la parte de atrás del congelador.


Leslie entendió, ahora sin sentir aquel profundo miedo que llevaba invadiendo su cuerpo desde hacía mucho rato, y se acercó a aquella pesada máquina. Colocó sus manos en una de las esquinas y empujó con todas sus fuerzas para tratar de separarla de la pared. Con mucho esfuerzo consiguió moverla, mientras el hedor que notaba era cada vez más intenso en su nariz. Tenía que resistir, la vida de una joven inocente estaba en juego. Ayudándose de sus piernas, que apoyó en la pared, logró mover el congelador y separarlo más de un metro de la pared. En el hueco que había en el espacio que ahora quedaba al descubierto había un agujero rectangular, que debía ocupar poco menos que el tamaño del propio congelador. Dentro del agujero, no muy profundo, había tierra removida, y bajo ella, sobresalían las esquinas de unos papeles. Leslie se agachó, separó un poco la tierra y agarró con delicadeza uno de aquellos papeles. Aunque estaba ligeramente descolorido y algo amarillento por el tiempo que llevaría allí enterrado, Leslie reconoció perfectamente lo que era. Un cartel de “Se busca desaparecida”, con la foto de una sonriente joven que se parecía mucho a la que le había guiado hasta allí. Leslie se llevó la mano a la boca ahogando de nuevo un grito de sorpresa. Bajo la foto, destacaba en grande y en mayúsculas el nombre de Helen Benton.


En la parte de abajo, se podía leer con claridad ‘Desaparecida el 5 de abril de 2001. Fue vista por última vez en el baile del instituto Rochester. Vestía un vestido verde de gala. Se agradece cualquier información’. Una sensación de impotencia y rabia entristeció el alma de Leslie al darse cuenta de que aquella chica nunca fue encontrada. Movida por la curiosidad, rebuscó entre los otros papeles y descubrió un periódico local en cuya portada aparecía la misma chica bajo el titular ‘Otra adolescente desaparecida’. No quería hacerlo, pero tenía que comprobarlo. Con las dos manos escarbó entre la tierra hasta que sus dedos tocaron un elemento más duro. Recorrió una parte de aquel objeto con las yemas separando la tierra que quedaba por encima y salió de dudas. Allí descansaban los restos óseos de una persona. Y tenía la certeza de que esa persona era Helen Benton.


Se dejó caer sobre su cuerpo y se quedó sentada apoyada en la pared mientras unas lágrimas salían sin esfuerzo de sus ojos, recorriendo sus mejillas hasta caer al final de su barbilla. Se le vino todo encima. Sus padres, sus hermanos, eran unos asesinos. Eso sin contar aquel rito, y aquellos otros rituales que habrían hecho ya. ¿A cuántas niñas se habían llevado por delante? ¿Qué clase de gente eran? Miles de preguntas sin respuesta se agolpaban en su cabeza. Pero no tenía tiempo para pensar en eso en ese momento. Debía salvar a la chica. Pedir ayuda quizá, llamar a la policía tal vez. Pero en su interior sabía que no tenía tiempo para esperar ayuda. Ella era la única esperanza de esa pobre Terry y tenía que hacer algo. Ahora mismo.


Pensando en cuál era la mejor opción de detener aquel ritual para darle unos minutos de tiempo extra a la vida de Terry, Leslie pensó que lo mejor sería crear una distracción y que aquellos locos tuvieran que detener su ritual. Echo un ojo a su alrededor. Aquél sótano tenía que guardar algo que a ella pudiera servirle. Reparó en que junto a la caldera, bajo una desvencijada estantería de madera de dos alturas, había una pequeña bombona de propano. Era una de aquellas bombonas que solían llevar cuando en alguna ocasión habían hecho un picnic en familia. Familia. Sólo de pensar en eso se le revolvió el estómago. Ella ya no tenía familia. Se deshizo de esos pensamientos y comenzó a rezar internamente para que esa bombona no estuviera vacía. Se acercó hasta la estantería, la cogió y comprobó que se notaba líquido dentro al moverla de un lado a otro. Más o menos la mitad. Tendría que ser suficiente.


Ahora sólo le quedaba pensar en la manera de que aquella bombona explotase. Siguió mirando a uno y otro lado del sótano esperando encontrar respuesta. Hasta que se detuvo mirando aquel viejo Plymouth oxidado. Le vino a la cabeza que una vez, jugando con sus hermanos, si es que a huir de ellos cuando se empeñaban en lanzarle flechas de goma espuma con aquel arco de juguete que tanto odiaba se le podía llamar jugar, acabó escondida dentro de aquel coche. Y recordó que entonces había pensado en aquella película de dinosaurios que habían alquilado en un videoclub porque, al igual que ellos, también tenían un kit de supervivencia guardada dentro del coche. Aunque el que se almacenaba en el asiento trasero de aquel viejo trasto poco tenía que ver con el de la película. Aparte de porque tenía bengalas. ¡Bengalas! Ahí tenía la solución. Una vez más rezó para sí mientras se dirigía hacia el coche para que aquella bolsa con bengalas siguiera allí y, por supuesto, que todavía funcionasen.


Sus rezos fueron escuchados y allí estaba la bolsa, tal y como la recordaba de la última vez. Dudaba de que nadie hubiera entrado nunca más en ese coche desde entonces. Sacó la bolsa y volvió a donde había dejado la bombona. Último paso: hacer que todo aquello acabara en una rápida explosión. Convino internamente que si tiraba una bengala directamente contra la bombona no pasaría nada, así que tenía que sacar el líquido de alguna forma para poder así crear un reguero que hiciera que el fuego llegase hasta el interior y la hiciera saltar por los aires. Rebuscó entre las herramientas y encontró un destornillador grande de esos que tienen el mango de madera maciza. Sacó el pitorro de plástico que regulaba la salida de propano y clavó el destornillador hasta hacer un agujero por el que podía salir el líquido. Estaba sorprendida de que aquello le hubiera resultado tan fácil. Con la mala suerte que tenía generalmente.


Con la bombona y la bolsa de bengalas volvió a la portezuela escondida y se introdujo en el pasillo de paredes de piedra que bajaba hasta el templo. Al cruzar la puerta estaba aquella chica del vestido antes blanco, pálida como la nieve, mirándola. Pero ahora su mirada no transmitía aquella angustia. Aunque sí parecía apremiarle para qué se diera prisa. Dejó a un lado a la joven fantasma (no podía pensar ahora en fantasmas, se dijo) y se dirigió hasta el final del pasillo. Cuando estuvo frente a la puerta, todavía entrecerrada como ella la había dejado, quiso asegurarse de que todavía llegaba a tiempo. Por la pequeña abertura que quedaba entre la puerta y la pared miró con su ojo izquierdo a ver qué estaba ocurriendo. Habían soltado a Terry de la estaca de madera y la habían colocado agachada de rodillas en el bloque de piedra. Pudo ver a su propia madre levantarle el vestido y dejar al descubierto la inocencia de aquella pobre joven. No tenía un minuto que perder.


Volcó parte del contenido de la bombona en el suelo, creando un reguero hasta la puerta, donde la apoyó tumbada. Se apartó unos metros y sacó una de las bengalas. La encendió tal y como ponía en la instrucción que venía impresa en la base, y la lanzó en dirección al charco de propano que había formado. Sin mirar atrás, antes de que la bengala tocara el suelo, salió corriendo por el pasillo para alejarse lo más posible mientras apretaba fuertemente los puños, cerraba los ojos y pensaba: “Que funcione… que funcione….”

 
 
 

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