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El SÓTANO (Parte IV)

Foto del escritor: Gorka ArtazaGorka Artaza

Pues parece que hemos cogido buen ritmo. Entre las musas y el apoyo que me estáis dando todos y todas los que os dejáis caer por estas páginas a ver cómo se desarrollan los acontecimientos en torno a la joven Leslie, el relato sigue su camino.


Aunque es cierto que en mi mente se van dibujando las tramas principales (es inevitable), trato de seguir el patrón de página en blanco y lo que surja. Mi problema es que, al ir alargándose la historia, corro el peligro de caer en la incoherencia con lo ya escrito, por lo que quizá mis palabras no sean ya tan libres como desearía.


También siento el miedo que imagino que pasan aquellos 'show-runners' de series de televisión de muchos capítulos por temporada a caer en episodios 'de relleno' que no aporten demasiado a la historia principal.


No obstante, todavía no dejo que mis demonios ganen ninguna de las batallas y sigo dejando fluir la imaginación y permitiendo que sea el propio relato el que nos conduzca, a su ritmo, hasta su destino.


Gracias por aguantarme. Aquí va la cuarta parte.


EL SÓTANO (Parte IV)



Con todo el vello de su cuerpo erizado y la nuca agarrotada, Leslie se dio la vuelta y salió corriendo en dirección a su habitación. Nada más entrar, su cerebro se activó por un momento y en unos milisegundos la convenció de que quizá estar sola en su habitación no era la mejor de las ideas. Así que giró en redondo y recorrió el pasillo hasta llegar a las escaleras. Las bajó de dos en dos y llegó hasta la cocina, hasta el fregadero, donde paró al comprobar por la ventana que había justo encima de los grifos que su familia seguía fuera. Su padre ya estaba haciendo uso de la pala.


Aún jadeando por la carrera, su mente comenzó a dar vueltas sin cesar. “No es posible, debe ser mi imaginación”, pensó. Nada tenía sentido para ella. Mientras se tranquilizaba se dio cuenta de que el pequeño televisor que había en uno de los extremos de la encimera estaba encendido. No se había fijado demasiado al llegar, pero juraría que cuando entró corriendo en la cocina estaba apagado. Antes de que pudiera seguir dándole más vueltas a eso, el sonido de la televisión se hizo más presente y comprobó que estaban dando las noticias. Lentamente se acercó hasta donde estaba el televisor, en el que la presentadora del informativo de la cadena local daba paso a una reportera que se encontraba junto a varios periodistas. Detrás de ella, el sheriff del condado parecía dispuesto a hacer una declaración, de pie tras un atril con el escudo de la comisaría serigrafiado en él. Tenía el gesto serio. Detrás suyo, una pareja de mediana edad se agarraba fuertemente de los brazos. La mujer sollozaba ligeramente, mientras que el hombre trataba de contener las lágrimas apretando los labios.


- Buenas tardes. La familia Henderson –comenzó a decir el sheriff mientras hacía un gesto con la mano dirigido hacia la pareja que le acompañaba – ha denunciado esta mañana la desaparición de su hija Teresa, más conocida entre sus familiares y amigos como Terry.


Un escalofrío, aunque esta vez provocado por la sorpresa y la incredulidad, recorrió la espalda de Leslie. No conocía a los padres de Terry, pero enseguida supo que la chica de la que hablaban era la novia de su hermano. Tenía que avisarle. Salió de la cocina en dirección a la puerta que daba al jardín trasero y en la puerta se topó con Elliot, que justo entraba en ese momento. A Leslie no le salían las palabras.


- ¿Qué te pasa, Leslie? ¿A qué viene esa cara?


- ….


De la boca de Leslie no salían más que unos apagados y titubeantes gemidos, pero sí que al menos pudo levantar el brazo en dirección a la cocina. Elliot fue hacia allí rumiando y pensando a ver con qué tontería andaba ahora su hermana. Pero nada más entrar en la cocina su mirada se desvió hacia el televisor. Allí estaban los padres de Terry. Por unos instantes, el rostro de Elliot no mostró expresión alguna, tan sólo se quedó parado. Leslie, que había seguido a su hermano hasta allí, por fin pudo articular palabra.


- Dicen que Terry ha desaparecido


- ¿Y han dicho si tienen alguna pista de dónde puede estar? ¿O de qué le ha podido pasar?

A Leslie le sorprendió la serenidad con la que hablaba su hermano, que mantenía un gesto de contrariedad.


- No lo sé, en cuanto el sheriff ha dicho que habían denunciado la desaparición he salido a contároslo.


A los pocos minutos, toda la familia Sampson se encontraba reunida en el salón. Elliot estaba sentado en el sofá con la cara apoyada sobre sus manos. Leslie no era capaz de adivinar si estaba llorando. Su madre estaba junto a él, con una mano sobre su hombro. Su padre y sus otros dos hermanos seguían atentos al informativo por si decían algo más de la desaparición de Terry.

Elliot se levantó.

- Voy a casa de los Henderson a ofrecer mi ayuda – dijo. Sus padres asintieron, él recogió su cazadora vaquera del perchero junto a la puerta principal y salió apresuradamente.

El resto de la familia se quedó un rato en un incómodo silencio que finalmente rompió la madre.


- Iré preparando la cena, se dijo en voz alta para sí mientras se incorporaba del sofá.


La madre de Leslie era una mujer pragmática. Molly era su nombre, y en los recuerdos de Leslie no protagonizaba demasiados momentos de amor y cariño hacia sus hijos. Ella recordaba que cuando era más pequeña sí que le mostraba algo de afecto, pero ahora hacía tiempo que habían dejado atrás los abrazos injustificados, las caricias de su cabello mientras se recostaba en su regazo cuando veían la televisión o los besos de despedida cada mañana antes de ir a la escuela. Para Leslie, su madre era una más de las integrantes de la conspiración que trataba de hacerle la vida imposible todos y cada uno de los días de su vida.


De ahí que no le sorprendiera que su madre pronto hubiera superado la tensión de la desaparición de la novia de su hijo y planteara la preparación de la cena como el objetivo prioritario en ese momento. Vio a su madre dirigirse a la cocina, encender el pequeño aparato de radio que colgaba del mismo soporte en el que colocaban el papel de aluminio y enfundarse el delantal. Sí, definitivamente, su madre se había quedado anclada en los años 80.


Leslie subió a su habitación, mientras le daba vueltas a todo lo que había pasado ese día. No es sintiera mucha pena por Terry, apenas la conocía y todavía no había decidido si la odiaba o no, pero que una chica de 16 años desapareciera en el pueblo no era una buena noticia. Si a ella le había pasado algo, a cualquiera de las jóvenes de la localidad le podía pasar lo mismo. Y también estaba eso. Tampoco podía dejar de pensar en las voces que había escuchado, primero en el sótano, después en la habitación de Elliot. ¿Se estaría volviendo loca?


Pensó que lo mejor que podía hacer era escribir todos sus pensamientos en su diario. De vez en cuando, tampoco demasiado a menudo, solía sentarse a escribir aquello que había sentido durante el día. Ella se negaba a llamarlo diario, porque entendía que eso era para niñas cursis y repelentes. Tenía un cuaderno con tapas negras, que había decorado con algunas pegatinas de estilo ‘satánico’ que había pedido a través de uno de los blogs que solía leer. Cada vez que lo abría, apuntaba la fecha del día y se ponía a escribir. Pero para ella no era un diario. No lo hacía todos los días, así que técnicamente no podía considerarse así. Y no hay más preguntas, señoría. Muchas veces tenían que celebrarse juicios en su interior, en los que dudas, convicciones y deseos batallaban por llevar la voz cantante en su todavía moldeable personalidad.


Ensimismada en sus pensamientos tras un buen rato dejándose llevar por el lápiz y el papel, Leslie tardó un par de segundos en reaccionar al sonido de la puerta cerrándose en la habitación de Elliot. ¿Había vuelto su hermano? Si era así, no se había dado cuenta. La puerta volvió a sonar. “¿Qué estará haciendo este idiota?”, pensó. Y volvió a centrarse en su cuaderno. Otra vez la puerta. Y otra. Y otra. Cada vez más seguido. Por muy cabreado que estuviera su hermano, no tenía sentido que estuviera abriendo y cerrando así la puerta. ¿Y si no fuera él? Otra vez volvió el miedo. Lo sentía desde la punta de los dedos de los pies hasta la nuca. Sentía que no era capaz de controlar su cuerpo. No se podía mover.


- ¡Mamá! ¡Papá! – logró gritar.


Su madre tardó en llegar, pero finalmente apareció por la puerta. Venía tranquila.


- ¿Qué te pasa?


- La puerta de la habitación de Elliot. Dile que pare.


- Elliot no ha vuelto a casa todavía. Ha telefoneado y ha dicho que la policía le ha pedido que se quedara porque le iban a hacer unas cuantas preguntas.


- ¿Lo han detenido? – algún ojo experto hubiera quizá atisbado cierto grado de admiración o ligera satisfacción en el tono en el que lo preguntó.


- Qué va – respondió rápidamente su madre, atajando todas sus ‘dudas’ – Es normal. Elliot estuvo con Terry anoche, antes de su desaparición. Puede que sea el último que la ha visto con vida.


Molly no parecía demasiado consternada pronunciando frases como esa, ni siquiera sabiendo que su hijo podía convertirse en el principal sospechoso.


- Pero la puerta… - El origen de los portazos recuperó la prioridad número uno entre las preocupaciones de Leslie.


- Yo no he escuchado nada- sentenció su madre, dando por zanjada la conversación.


No pasaron ni cinco segundos desde que su madre desapareció de la vista de Leslie, cuando de nuevo la voz llegó a sus oídos, proveniente de su espalda. Aunque esta vez fue seca y cortante. “El sótano”. Las dos palabras se escucharon muy cerca de sus orejas. De ambas. Una fuerte inhalación a la vez que se le abrían los ojos como platos dio paso a un salto y un rápido e instintivo giro para comprobar que a su espalda no había nada. Sólo su cama y la pared.


Quería bajar a contarle a su madre lo que estaba pasando, pero sabía que no serviría de nada. Nunca la creían ni la tomaban en serio, por qué iban a hacerlo ahora. Y menos cuando su hermano estaba viviendo toda aquella situación. Quizá sí que fuera cosa de su imaginación. Era posible que con tanta tensión su cabeza le siguiera jugando malas pasadas. No era posible que unos fantasmas le estuvieran hablando, eso sólo pasaba en las películas. Y ni siquiera. En las buenas películas de fantasmas estos nunca hablaban. Como mucho te ponían una mala cara o se comían media docena de perritos calientes a la vez. Lo demás sólo eran comedias tontas.

 
 
 

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