top of page

EL SÓTANO (Parte II)

Foto del escritor: Gorka ArtazaGorka Artaza

Hola amigo/a, gracias por pasar por aquí de nuevo. Si has llegado a esta segunda parte es que un poquito de interés, aunque sólo fuera un poquito, te provocó la primera. Quizá sólo has venido a comprobar si realmente he continuado la historia. Pues compruébalo, aquí está.


Es cierto que llega más tarde de lo esperado, pero si me conoces un poco, sabes que mi tiempo para sentarme frente a una hoja en blanco es escaso. Eso sí, no he perdido la motivación y pienso seguir con esto hasta que la aventura de nuestra protagonista, Leslie, nos lleve a algún sitio.


En esta ocasión, como conté en el anterior post, tenía empezado el primer párrafo de la segunda parte, y he aprovechado el ratito que mi hija pasa en su clase de baile para continuar hasta cerrar el episodio.


Una vez más, está escrito sin ninguna pretensión, ni objetivo, ni 'biblia', ni nada, sólo lo que mi mente es capaz de expresar en ese momento. Eso sí, la historia va cogiendo forma y en mi cabeza ya empiezan a dibujarse la trama principal. Espero que, después de leer esto, tú también estés haciendo ya tus propias cábalas.


Bueno, no me alargo más, que empiezo a escribir este post y me ocupa más que el relato en sí. Adelante con la segunda parte.


EL SÓTANO (Parte II)



Su hermano Elliot esperaba en la puerta que daba al jardín trasero. Haciendo aspavientos con las manos, apremió a Leslie para que le diera la pala. Casi sin extender los brazos para ofrecérsela, su hermano se la arrebató de las manos. Elliot era, sin duda, el hermano que más le gustaba a Leslie. Bueno, el que menos odiaba. Porque los odiaba a todos. Cuando era más pequeña, fue el único que salió, alguna vez, en su defensa, frente a las bromas pasadas de vueltas que le hacían sus hermanos mayores. Leslie suponía que al ser el más pequeño de los tres ‘hombres’, también había vivido alguna que otra mala experiencia provocada por los otros dos. Y quizá podía llegar a empatizar con ella de vez en cuando. Pero eso era muy esporádico. Por norma general, Elliot participaba de las bromas igual que los demás.


Su joven hermano, dos años le sacaba, salió corriendo con la pala y se la entregó a su padre. Por un momento, Leslie se sintió aliviada de que no le dieran un palazo y procedieran a enterrarla en el jardín. “Vaya muerte más tonta”, pensó. “Aunque eso sí, si eso pasara mañana sería famosa; o si no mañana, el día en el que Junco ladrara señalando la tierra removida en el momento en el que los agentes vinieran a investigar a casa”.


No es que ella deseara ser famosa, pero se acordó del día que la granja del viejo Tommy, en los límites de la ciudad a poco más de dos millas de su casa, se vio rodeada por un enjambre de reporteros que contaban con pelos y señales el milagro que allí había tenido lugar. Su también vieja vaca Betty había parido dos terneros de una, algo prácticamente imposible para aquel animal. Poco le faltó al alcalde para dedicarle una calle a la vaca. Finalmente, se conformó con colgar en el hall del Ayuntamiento un recorte enmarcado del artículo a página completa que le dedicó el Boston Herald, en su sección de sucesos curiosos del fin de semana.


Suponía, o eso quería creer, que una niña asesinada por su propia familia y enterrada en el jardín se merecería al menos aparecer en los sucesos de entre semana. De lo que estaba segura es de que abriría los informativos de todas las cadenas estatales, a no ser que una oveja pariera un corderito de dos cabezas. Algo que a ella tampoco le impresionaría tanto.


En los últimos tiempos, había estado investigando por Internet a un grupo que se denominaba a sí mismo “satánico”, y se había dejado convencer ligeramente por sus ideas. Un pequeño cordero bicéfalo es algo que perfectamente encajaría en uno de los rituales que había leído que practicaban. Ahí sí que tendría más problemas, ya que no soportaba la sangre. Sólo pensar en un cordero bañado en rojo le provocó un revoltijo en el estómago.


Viendo a su familia tan enfrascada en decidir el tamaño correcto de la excavación, los grados de inclinación, la profundidad del agujero y la ubicación de la salida de agua, no dudó en dar media vuelta y volver a su habitación. Pensó en conectarse un rato, comprobar si tenía mensajes en My Space o perder el tiempo aprendiendo más acerca de las ideas satánicas; pero optó por tumbarse directamente en la cama. Su experiencia en el sótano y el miedo que había sentido la habían dejado exhausta, así que imaginó que una siesta no le vendría mal del todo.


Nada más cerrar los ojos entró en una especie de duermevela, de la que salió rápidamente al sentir una bocanada de aire frio recorriéndole el cuerpo. ¡Pam! Un sonido sordo pero muy fuerte la sorprendió y se incorporó al instante, como si se le hubiera activado un resorte en el culo. Se acercó a la ventana, que daba a la parte trasera, y vio que toda su familia seguía, por lo que aparentaba su lenguaje no verbal, la discusión prácticamente en el punto en el que la había dejado. Incluso Junco revoloteaba a su alrededor buscando alguna víctima que quisiera salir corriendo a perseguirlo.


“Y, entonces, ¿qué ha sido ese ruido?” Parecía haber salido de la habitación de Elliot, que estaba justo al lado de la suya. Se levantó de la cama, pausadamente, empezando a sentir ese mismo miedo irracional que la invadía cuando bajaba al sótano. Caminaba de la misma forma que el propio Junco cuando le llamabas y él sabía que algún acto ilícito había cometido, consciente de que le esperaba una gran bronca: centímetro a centímetro.


“Habrá sido una estantería que se ha caído con el viento”, intentó tranquilizarse ella misma, aunque el aire frío que había sentido no parecía capaz de mover ningún objeto. Era más bien como el que había sentido antes en el sótano. Salió, a ese ritmo, de su habitación y se plantó frente a la puerta, que estaba abierta. La habitación estaba vacía y no se veían restos de ninguna catástrofe “estanteril”. Antes de que las dudas asaltaran su confundido cerebro, otra bocanada de aire, más frío esta vez, le recorrió la espalda y la nuca, provocando un espasmo en los músculos que protegían la columna. Y, a su vez, una voz, esta vez claramente de mujer, bailaba en el aire susurrando: “Ha sido él. Ha sido él”.

 
 
 

Komentar


bottom of page